MICROCUENTO PESADILLA/ DIARIO
El Camino De la Culpa
La noche se abría como una pintura salpicada de estrellas, mientras mis cinco amigas se dirigían a la fiesta más esperada del año, conmigo manejando. Risas contagiosas y música a todo volumen eran lo único que se escuchaba en el auto, justificando nuestro estado de ebriedad. Habíamos bebido un poquito en mi casa, y la estábamos pasando tan pero tan bien que ya estábamos llegando tarde a la fiesta.
De repente, un chillido de neumáticos acompañado de su ruido característico interrumpieron la diversión. El mundo se convirtió en un torbellino de caos y confusión cuando el vehículo se estrelló contra algo en la oscuridad. Los gritos se ahogaron en el aire, mientras el terror se apoderaba de nosotras. Estabamos bien, nadie se habia siquiera rasguñado. Pero no podia decir lo mismo del otro vehículo .
Fue el impulso primario, de abandonar la escena del crimen. No se si fue el alcohol, o la adrenalina de la negación pero el choque no pareció ser tan grave y asumimos que todo iba a estar bien.
Fuimos a la fiesta igual, y reímos logrando olvidarnos de la situación por un rato. Era tan fuerte el estado de borrachera que me permitió disfrutar de la fiesta. Pero fue cuando volvimos a dormir a mi casa, en donde el alcohol fue abandonando mi cuerpo.
La mañana siguiente amaneció teñida de terror y remordimiento. La noticia del accidente mortal se propagó como un veneno, en todos los diarios y noticias de la televisión. Y alli la vi, Su piel, blanca de terciopelo, estaba gris. Sus ojos celestes color cielo, estaban abiertos de par en par con su pupila pequeña como para notarla. Sus labios rosados estaban pintados de sangre, y su boca abierta demostraba esos dientes tan perfectos que asustaban. Su pelo naranja largo, estaba desparramado por el suelo. Y fue ahí cuando supe que esa imagen, no me la quitaría jamás de la cabeza.
La ciudad entera temblaba de miedo y especulaciones, nadie sabía quién había sido el responsable. Solo nosotras. Estábamos ahora marcadas por el estigma del horror, como protagonistas involuntarias de una propia pesadilla.
Sabíamos que era cuestión de tiempo para que la verdad saliera a la luz, y nosotras comenzamos a desesperarnos.
"Vamos a tener mil pasados y ningún futuro", susurro mi mejor amiga mientras miraba a un punto fijo sin ningún tipo de razón. Acababa de entender la gravedad de la situación, y nos hizo comprender cómo sería nuestro futuro de ahora en más. Nos íbamos a pudrir en la cárcel, y nos lo merecíamos.
"No, no lo voy a permitir", dijo otra asesina mientras el noticiero sonaba de fondo. Ella siempre había sido una negadora, y su cabeza dura no descansaría en este momento. Se levantó y se dirigió a la cocina.
El aire se espesó con el silencio, mientras la tensión llenaba el espacio entre todas. El reloj del destino, seguía su implacable marcha, marcando cada segundo con la inevitabilidad del juicio final.
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